En el puerto de Montevideo, allí en los muelles que bate el agua plomiza, donde vibra el silbato y los buques suspiran sus últimos alientos de vapor, comienza la tierra de promisión. Otro día, otro desembarco. El Uruguay se renueva, se ramifica, y desde la aduana parten hacia las calles adoquinadas los inmigrantes, bifurcándose y entrelazándose como las curvas del Art Nouveau que, mientras tanto, trazan en los salones las delicias y el ensueño de la clase culta montevideana.

Lote 43. Carlos Alberto Castellanos. «Personajes de la Comedia del Arte.» 32 x 43 cm.
A pocos metros de allí, sin embargo, en el emparrado de la casa paterna, anidaba ya el pájaro de la melancolía. Concluía el siglo XIX y Carlos Alberto Castellanos vivía su primera juventud. Heredero de un linaje de larga tradición en estas tierras, entre sus alfombras de piel de oso polar, sus chinerías y sus afiches de Mascagni —mise-en-scène finisecular imantada de decadencia y refinamiento— sahumaba el joven sus fantasías de arte y exotismo y soñaba, como otros jóvenes de su condición, con la Europa que otros abandonaban.
Único sería, empero, el sitial que habría de ocupar Castellanos en el entramado de las artes plásticas uruguayas. Lo mismo que Sáez, que Cuneo, que Barradas, Blanes Viale o Torres García, sus contemporáneos, partiría hacia Europa, sí, y allí encontraría su antes y su después y la piedra de toque del desenvolvimiento de su genio. Pero el fruto sería diverso.
Porque Castellanos, a diferencia de aquellos compatriotas, no adheriría a las escuelas allí imperantes, ni se propondría transmitir en su obra un retrato social, ni retornaría a la patria —pues retornaría— a dar nueva vida a identidad al paisaje local, a sus gentes y sus costumbres. Fue, para él, su propia fantasía, su mundo interior, el norte que habría de guiar su impulso creador, y en que habría de envolver no solamente su obra, sino su vida toda.

Lote 38. Carlos Alberto Castellanos. «Autorretrato.» 39 x 47 cm.
“La entrada en la casa del artista —recordaría el crítico de arte español José Francés, que lo visitara en Madrid—me deslumbró. Todo en ella vibraba con la exaltación optimista de un adorador de Mitra Helios. Las telas de las cortinas, tapetes, cojines, y las que tapizaban los sillones y los divanes eran de una fantástica y audaz policromía. Antes de ver los cuadros parecía temible esa competencia con el embriagador y lujurioso regocijo cromático, para los lienzos que pintara el hombre hercúleo de los hombros de luchador y de las paletas suaves, rítmicas, de poeta”.

Lote 39. Carlos Alberto Castellanos. «Retrato de Jorge Stronenko.» 46 x 37 cm.

Carlos Alberto Castellanos. «Desnudo masculino.» 46 x 55 cm.
Mundo que pueblan las ninfas y los sátiros, los Narcisos, los Endimiones y los Dionisios, las colombinas y los pierrots, mundo pleno de lirismo y sensualidad, donde habitan las bailarinas en reposo y los arlequines soñadores donde se esconde Stronenko, el ucraniano que desde Puerto Pollensa hasta París y Montevideo lo acompañara en sus aventuras personales, mientras el mundo se debatía y se desgajaba en ajenas turbulencias.

Carlos Alberto Castellanos. «Bailarina.» 92 x 74 cm.
Tal fue la Arcadia de su universo imaginario. “Quisiera —habría de anotar el artista oportunamente en su diario— que mi pintura de unas armonías quintaesenciadas de línea y de color produzcan la emoción sugestiva que yo derramo en ellas. Algunas veces podrán ser de una elegancia fina y también extravagante. Otras, de exotismo raro y vigoroso.”

Carlos Alberto Castellanos. «El sueño de Endimión.» 59 x 49 cm.
Los invitamos a descubrir en las siguientes páginas, a manera de pequeña retrospectiva, un conjunto de seis obras que ilustran la singularidad del camino transitado por Carlos Alberto Castellanos.