Colección China Zorrilla: un valor duplicado

28/03/22 | Historias uruguayas

Por Amalia Amoedo

Un doble significado ha tenido para mí la visita a la Colección China Zorrilla, gratamente exhibida en Zorrilla Subastas y que mucha curiosidad provoca al recrear la intimidad de la figura inolvidable que durante décadas —sin perder nunca la pisada y sin dejar, al mismo tiempo, de ser fiel a sí misma— emocionó con su arte y su palabra a nuestros países, principalmente a la Argentina y al Uruguay, en la cultura de la que ella fue consecuencia y también causa, pero también más allá de nuestras fronteras rioplatenses.

Este doble significado, sin embargo, constituye las dos caras de una misma moneda: el arte. Siempre es una maravilla poder apreciar la colección que una persona ha logrado reunir en su vida, encontrar en estos conjuntos la sensibilidad propia de quien los ensambló en un mismo diálogo, poder interpretar la búsqueda personal del individuo, que siempre ha de ser única, motivada por las variadas inquietudes y circunstancias con las que se elabora la existencia.

En el caso de China Zorrilla y su colección de arte todo esto es más que patente. Basta un instante, al encontrarnos frente a este conjunto, para percibir no ya su sensibilidad sino su misma presencia al contemplar estas piezas, en las que China conjugó el renombre con el anónimo, lo simple con lo notable, con ese estilo que es el resumen perfecto de todo cuanto ella fue, en su propio arte, en su vida y en su trato.

Intuyo que a China no la guiaba un propósito planificado de antemano en el trayecto vital en el que fue reuniendo estas obras, muchas de ellas recibidas por vínculos familiares —como el singular conjunto de obras de José Luis Zorrilla de San Martín, su padre—, muchas otras sencillos regalos de sus admiradores, como el graciosísimo filete porteño que lleva su nombre y lo hace uno con ese arte bonaerense tan popular y simbólico.

Los resortes que nos impulsan a acercarnos al arte son variados y misteriosos, como variados son los deseos que nos llevan a reunirlo y preservarlo. Toda creación artística es válida en sí misma en tanto expresión humana, y esa validación existe y se sostiene simplemente por el impulso de quien la dio a luz. Pero hay también otra validación, que se suma a la anterior y la potencia, y ocurre cuando el arte, siendo por sí mismo válido —y quizás también valioso—, adquiere una segunda realidad que potencia la primera: el haber pasado por las manos de alguien a quien consideramos digno de atención.

Tuve la fortuna de crecer en un ámbito familiar donde el arte no era extraño. Conocí de muy cerca el afán y el gusto con que mi abuela, la Sra. Amalia Lacroze de Fortabat —que forjó con China Zorrilla un lazo de amistad íntimo y duradero— elaboró su colección de arte y su fundación. El acercamiento personal que ambas tenían al coleccionismo de obras de arte era de naturaleza diversa —vuelvo al comienzo y a las variadísimas búsquedas que en el arte movilizan a cada persona—, pero creo identificar, en el caso de China, y más allá del valor individual de cada una de las obras que le pertenecieron, lo mismo que a lo largo de mi carrera en al arte, desde la creación, el coleccionismo y el mecenazgo, he tenido ocasión de atestiguar: el poder de una colección reunida.

La emoción y la reflexión acerca de sitio que ocupa el arte en nuestras vidas sin duda vendrá, para quienes visiten esta exhibición imperdible —y así me ha sucedido a mí— por duplicado.

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