Los cascos de la Gran Guerra

10/10/19 | Lecturas

Desde sumerios, griegos y romanos, el uso de cascos a la hora de la contienda fue uno de los más antiguos recursos utilizados por los guerreros como mecanismo de defensa personal. Acompasando la evolución del armamento contra el que debían oficiar de barrera, fueron primero construidos en cuero y latón, luego en bronce y hierro, y más tarde en acero. Hacia el siglo XIX muchos cascos cumplían ya una función más visual que defensiva, como los engalanados cubrecabezas que ornamentaron los cuerpos de dragones, ulanos y coraceros (lote 236, página 36; lote 238, página 37; lote 241, página 39). Más estéticos que funcionales en términos de defensa, con ellos fue que Europa, iniciado ya el siglo XX, se adentró en un conflicto que pronto revelaría consecuencias insospechadas.

Con ideas de un siglo y armamento de otro, las naciones beligerantes marcharon a la “Gran Guerra” —la Primera Guerra Mundial— sin posibilidad de prever de antemano los efectos del avance tecnológico que durante la Revolución Industrial habían modificado no solo las horas de la vida cotidiana de la humanidad sino también las de la guerra, como pronto se constataría en los campos de batalla, donde ahora era posible bombardear al enemigo desde kilómetros de distancia e incluso desde el aire, separados ambos bandos por una “tierra de nadie” regada de artillería.

Al comienzo de este conflicto ninguna de las naciones combatientes proveyó a sus tropas con cascos de acero. La mayoría de los soldados asistió a los campos de batalla vistiendo cubrecabezas de tela, fieltro o cuero, que ofrecían muy poca protección contra el armamento moderno: los franceses portaban sus tradicionales “Kepi” mientras los alemanes hacían lo propio con sus “Pickelhaube” de célebre pincho decorativo, visualmente impresionantes pero de poco uso contra las balas, los fragmentos de proyectiles y los explosivos que pronto lloverían sobre las trincheras. Acordes con la pompa guerrera de tiempos anteriores, en este nuevo escenario bélico aquellos cascos incluso convertían a los soldados en objetivos más fáciles de derribar.

El rápido e imprevisto número de caídos pronto obligó a las naciones a idear nuevos mecanismos de protección personal, y el primer casco moderno en acero, conocido por el nombre de Adrián, fue introducido por el ejército francés en 1915. Diseñado por August-Louis Adrian, con su cresta deflectora en el eje superior y su insignia de armas frontal, rápidamente se distribuyó por millones entre las tropas galas y fue imitado por decenas de otros ejércitos a lo largo del mundo.

La contraparte británica fue diseñada el mismo año por John Leopold Brodie, y pasaría también a ser conocida con el apellido de su creador. Similar en forma al “Kettle” medieval, con su ala ancha que ofrecía protección extra contra los proyectiles y construido en una sola hoja de acero, constituía un avance sobre el modelo francés, pues era más resistente y fácil de manufacturar en tiempos de escasez. Un año después, en 1916 y durante la batalla de Verdún, los soldados alemanes tendrían su propia protección moderna de la mano del “Stahlhelm”, diseñado en Hanover por Friedrich Schwerd e inspirado en la forma del “Sallet” utilizado por los guerreros germánicos a fines de la era medieval, modelo que también fue importado, imitado y adoptado por otras naciones.

La Gran Guerra, que se pensaba corta y destinada a “terminar con todas las guerras”, fue en cambio larga y sangrienta. Los modernos cascos de acero creados por Inglaterra, Francia y Alemania continúan, en la memoria de aquel conflicto, como uno de sus símbolos más característicos.

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