Besnes e Irigoyen, el primer pintor uruguayo

18/05/19 | Arte uruguayo, Lecturas

En el tiempo pasado la persona humana tenía un mayor sentido de confianza en la persistencia de sus recuerdos, una más grande seguridad en la dignidad de sí misma y de la perduración del afecto de sus semejantes. Aun en el Montevideo el joven retratista tenía abundante trabajo”, nos recuerda José Pedro Argul en su fundamental obra “La artes plásticas en el Uruguay”.

Besnes e Irigoyen (1788-1865), español llegado a tierras orientales con la inmigración vasca, es una figura de referencia principalísima cuando de reconstruir nuestra historia se trata. Una gran mayoría de las imágenes que nos hablan de la sociedad oriental durante la primera mitad del siglo XIX le pertenecen, distribuidas hoy en su mayoría en tres instituciones estatales: el Museo Histórico Nacional, el Cabildo de Montevideo y la Biblioteca Nacional, reunidas en gran parte en tres álbumes que han sido incorporados por la Unesco a la Memoria del Mundo.

Vistas de Montevideo y de la campaña, escenas costumbristas e históricas, alegorías y retratos, desde la clase patricia montevideana hasta los más lejanos pueblos del interior. Besnes e Irigoyen se desempeñó como calígrafo, dibujante, acuarelista, pintor, retratista y calígrafo. Vivió aquí desde temprano, desde los tiempos españoles, llegó a nuestra ciudad con apenas veinte años, vivió entre nosotros durante casi seis décadas y aquí murió, siendo un testigo directo de todo cuando dejaba documentado, plasmando en sus obras los estrepitosos cambios de una sociedad que pasaba de la colonia a la independencia y que construía su propio futuro e identidad.

Se trata, sin duda, del primer pintor uruguayo. “Como otros, en los tiempos duros que le tocó vivir, Besnes e Irigoyen fue muchos hombres en un solo hombre: funcionario, docente, soldado, político y, especialmente, un creador sobrio e intuitivo que recogió con fruición el paisaje nacional, los protagonistas y sus costumbres”, destaca Nelson Di Maggio.

Una de los más intensos y notables rasgos de Besnes e Irigoyen fue el que desarrolló como caligrafista, arte al que acompaño muy de cerca con su condición de “adornista de rasgos de pluma”: infinitos arabescos y una variadísima calidad del trazo, desde el punteado al rayado horizontal y vertical, entremezclado con rítmicas curvas de diferente grosor y eternas líneas espirales y rizos que dan volumen a las figuras, realizadas en un solo trazo.

Son elementos que se aprecian con claridad en la obra que hoy presentamos, “La señorita Doña Ramona Sagra y Zufriategui”, dedicado a la retratada por el propio retratista en 1846. Esta joven dama patricia oriental había sido plasmada ya en un óleo por el pincel de otro artista extranjero, Amadeo Gras, cuando apenas la república tenía tres años de vida. Más tarde, ya en su madurez, sería retratada por el propio Juan Manuel Blanes. Perdura de ella aún un tercer retrato, este de Besnes e Irigoyen, que nos transmite todavía la atrapante candidez y simpatía que el artista supo plasmar en todo su arte.

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