En el vasto mundo de las costumbres de nuestros antepasados existen ciertos objetos que nos exigen más de un instante para acercarnos a su verdadera naturaleza. El paso del tiempo y de las centurias a menudo torna extraño a nuestros ojos lo que fue práctica cotidiana para quienes nos precedieron. Tal el caso de estos curiosos objetos llamados paliteros, piezas destinadas a exhibir los mondadientes durante el curso de una comida, en épocas pretéritas en que hasta el más sencillo de los hábitos podía ser transformado en un vehículo de sofisticación.

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Instrumentos de larga data cuyos orígenes se pierden en la oscuridad de la prehistoria, para el siglo XVIII los mondadientes habían alcanzado ya la categoría de objetos de lujo, equiparables a cualquier otra pieza de joyería. En su fabricación se empleaban los metales más nobles, eran guarnecidos con piedras preciosas y exhibidos por sus afortunados portadores no solamente como un objeto de practicidad sino también —en un tiempo en que la comida fácilmente podía escasear— como un símbolo de prosperidad y abundancia.

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Un objeto de tal destaque merecía, sin duda, un soporte adecuado a las circunstancias. Así nació el palitero, cuyos orígenes encontramos en el Portugal del siglo XVIII, desde donde rápidamente cruzó el Atlántico rumbo a las tierras de riquezas infinitas de las colonias de ultramar, donde el centelleo de la plata alumbraba lo mismo en el altar que en la sobremesa, y cuyo brillo adornaba tanto a la señora como a la esclava.
Allí, de este lado del mundo y durante el siglo XIX, fue que el palitero asistió a su pleno triunfo, cuando ningún brasileño que pudiera permitírselo consideraba que su mesa estaba completa sin una “vuelta de palitero”, pequeño espectáculo dirigido a entretener la mirada de comensales. Trabajos de permanente imaginación, fueron realizados por orfebres y artesanos en variadísimas tipologías, desde lo simple y lo mundano hasta lo serio y lo alegórico.

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A la par de las bayonetas, en nuestro suelo oriental los teatrales paliteros tuvieron su ingreso con los ejércitos imperiales del Barón de la Laguna. De este modo también las cenas y los lucidos saraos del Montevideo cisplatino contaron entre sus invitados a estos curiosos personajes, que tanto podían cobrar la forma de un dulce ángel celestial como de un bravo indio guerrero. Como sucede habitualmente, la moda tuvo su auge y se fue con el tiempo, para no volver.

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De estas piezas tanto icónicas como curiosas, hoy infaltables en cualquier colección de platería colonial, es que presentamos en la subasta del 7 de agosto de 2020, como en anteriores oportunidades, un llamativo conjunto de cinco ejemplares, algunos de factura europea, otros de origen sudamericano. Mirados con detenimiento, quizás el relampaguear de la plata nos transporte por un momento a las lejanas mesas que en un tiempo engalanaron.