De estandarte británico, como era de esperar, en nuestro país también el fútbol bajó de los barcos. Y tuvo prédica veloz: el primer partido jugado en suelo oriental del que se tiene noticia se disputó en 1881 entre dos clubes polideportivos montevideanos, el Rowing y el Cricket, pocos años antes de la creación de nuestro primer club dedicado íntegramente al fútbol: el histórico Albion Football Club, concebido por impulso del profesor inglés William Leslie Poole, “el padre del fútbol uruguayo”.
Iniciado el nuevo siglo, los clubes de aficionados se contaban ya por decenas cuando el 30 de marzo de 1900 se dio lanzamiento a la Liga Uruguaya de Football, la futura Asociación Uruguaya de Fútbol. Por entonces la selección nacional no tenía un uniforme oficial. Durante la primera década del siglo XX —desde el 16 de mayo de 1901, cuando nuestros players celebraron junto al plantel argentino el primer partido de fútbol internacional ocurrido fuera de las islas británicas— se hizo uso de una variada selección de uniformes en distintas combinaciones de rojo, azul, blanco y celeste, e incluso verde.
El puntapié inicial para la elección de un color definitivo, destinado a abanderar las glorias futuras, lo dio en 1910 el delegado de Wanderers, Ricardo Le Blas, y el remate correspondió a Héctor Rivadavia Gómez, entonces dirigente de la Liga Uruguaya de Football, y más tarde creador de la Confederación Sudamericana de Football y agente notable en el nombramiento de Montevideo como sede del Primer Campeonato Mundial en 1930. En honor a la camiseta que unos meses antes habían lucido los jugadores del equipo local River Plate en el sonado partido donde derrotaran 2-1 al “invencible” Alumni porteño, el color elegido fue el celeste.

Lote 97: histórica camiseta de la Selección Uruguaya de Fútbol perteneciente a Héctor “Tito” Virche.
En Uruguay el honor histórico de ser el primer futbolista en anotar un gol vistiendo esta histórica camiseta de manera oficial le fue dado al jugador Pablo Dacal un 15 de agosto de 1910 en el Estadio Belvedere de Montevideo, durante la sexta edición de la Copa Lipton y en el minuto veintidós del primer tiempo del partido en que la casaca fuera estrenada, hace ya ciento diez años. La selección uruguaya obtuvo entonces su victoria 3-1 frente a la argentina, que también estrenaba su uniforme albiceleste. “Valiente forward”, determinó el periódico La Semana, “Dacal ha comprendido que tanto a la patria se honra con una gran cabeza como con un buen pie”.
Desde entonces, la patria también fue celeste. Celestes fueron los triunfos en los Juegos Olímpicos de 1924 y 1928 en París y Ámsterdam; celeste fue la victoria de 1930, enseñoreada por la Torre de los Homenajes del Estadio Centenario, aquel “conjuro milagroso surgido desde la propia entraña de la tierra”, según lo interpretara Raúl Jude, al tiempo presidente de la Asociación Uruguaya de Football; y celestes fueron las quince victorias que en la Copa América dieron lustre a la historia de nuestro fútbol a lo largo del siglo pasado y en lo que va de este. Pero celeste, sobre todo, fue la legendaria victoria uruguaya de 1950 en Maracaná.
De aquellos laureles, emblema tenaz de nuestra historia futbolística y nuestra identidad cultural, que reflejan aún “ese algo indescriptible que te viene del pecho a la garganta” —tal lo diría la emocionada voz radiofónica de Carlos Solé, que relató el triunfo para que se oyera “desde nuestro Montevideo hasta las colinas y la cuchillas de nuestra fértil campaña”— es que tenemos el honor de presentar, con el número de lote 97, la ilustre pieza que engalana nuestra subasta del 11 de junio de 2020.