“Un puñado de hombres decretó su libertad en Villa Mercedes. Hasta entonces no se había ofrecido al templo del patriotismo un voto más puro, ni más glorioso, ni más arriesgado: el de la terrible alternativa de vencer o morir libres. La voz de los orientales llegó acompañada de la victoria del 28 de febrero de 1811, día señalado por la Providencia para sellar los primeros pasos de la libertad, día que no podrá recordarse sin emoción, cualquier sea nuestra suerte.”
Erigido ya en líder de los orientales, de tal modo describía José Artigas la naturaleza de aquel día preliminar, de aquella “admirable alarma” que en los albores del siglo XIX marcaba el fin de una época y el nacimiento otra nueva. Iniciadas las luchas por nuestra independencia, en uno y más tarde en otro escenario —desde Las Piedras hasta Ituzaingó, enfrentando a un imperio y luego a otro, con victorias, reveses y derrotas—, el decreto no cambió de signo y continuaba siendo el mismo cuando dos décadas más tarde clareó la hora de la libertad, que aún perdura.
La obra que ofrecemos en subasta el sábado 8 de agosto de 2020 trae consigo, además del símbolo imperecedero sellado en la fragua de esta historia, la firma de uno de nuestros más grandes artistas: Carlos María Herrera. Nacido en Montevideo en 1875, Herrera desarrolló durante sus treinta y nueve años de vida una carrera intensa, desde su paso como aprendiz en Europa hasta el reconocimiento pleno en su tierra natal, ya en los salones de Montevideo, donde triunfaba como retratista de damas y caballeros, ya en las soledades de Cerro Largo, en cuyos montes y senderos se adentró en hallazgo de inspiración para la que sería la última, y quizás inconclusa, de sus búsquedas artísticas: la historia de nuestra patria.
“Son vivos trozos de sustancia humana —destacó Herrera Mac Lean acerca de la pintura gauchesca de Herrera, en su semblanza publicada en el catálogo para la exposición del pintor que realizara el Ministerio de Instrucción Pública en noviembre de 1961—. “Un alarde de espontaneidad y de ahondamiento psicológico las sostiene. No hay nada accesorio en la composición, pues el rostro, el pelo, la barba o el bigote ralo, el concentrado mirar, el chambergo requintado, todo concurre a marcar un tipo humano. Sólo la golilla, lujo del gaucho, luce sobre el cuello su blanco de camelia o el rojo violento de las luchas civiles.”
En retrato que ilustra la página contigua constituye un estudio previo para el célebre óleo monumental de “La mañana de Ascencio” —acervo del Museo Nacional de Artes Visuales, actualmente custodiado en el Regimiento de Blandengues de Artigas—, una de las tres grandes obras históricas que, junto con las dedicadas a la figura de José Artigas, componen el capítulo histórico de la obra de Herrera. En él se conjugan las improntas de dos de las personalidades capitales que, en otras épocas y para la posteridad, llevaron adelante la creación y recreación de nuestros símbolos e historia: la del gaucho y la del artista.