Las fichas de estancia, recuerdos del Uruguay rural de antaño

17/03/19 | Coleccionables, Historias uruguayas, Lecturas

En la soledad de la campaña uruguaya del siglo XIX, atravesada por el pesaroso trajín de las carretas que pronto serían sustituidas por el ferrocarril, no era extraño que escasearan las monedas de circulación oficial emitidas por el gobierno. La mayoría de las fichas de estancia uruguayas fueron emitidas por los propietarios de los establecimientos rurales y eran utilizadas como medio de pago en la esquila de ovejas, realizada una vez al año por comparsas esquiladoras que recibían una ficha de valor “1” cada vez que finalizaban la esquila de un animal. A medida que acumulaban muchas, los peones podían intercambiar esos valores por fichas de 10, 20, 50 o 100.

La principal diferencia entre las fichas y las monedas consiste en que mientras la moneda es emitida por una autoridad nacional o provincial y es de curso obligatorio y legal, la ficha carece de curso legal y solamente tiene como garantía la moral del emisor particular o la solvencia del establecimiento agropecuario que la utilizaba. Muchas veces este recurso se vio desvirtuado debido a abusos en el uso de las fichas por parte de los propietarios hacia sus peones.

El origen de las fichas se debió principalmente a la escasez de moneda circulante de bajo valor, lo que dificultaba severamente el pago de tareas rurales. Las primeras fichas o “latas” fueron fabricadas en latón de forma artesanal a partir de un disco que luego era punzonado a golpes de martillo con iniciales, palabras, números o la marca de una estancia, quedando a la vista una leyenda inclusa similar a la de las monedas. A posteriori también se realizaron en otros metales como aluminio o bronce.

Cada año la comparsa de esquiladores se formaba con trabajadores golondrina o itinerantes. El peón, al final de la jornada de trabajo, por lo general cambiaba las fichas por su equivalencia en circulante de curso legal, o bien las utilizaba para apostar en juegos de cartas o en los almacenes o pulperías del pueblo más cercano, donde eran aceptadas como efectivo y podían ser canjeadas por comida y otros productos como cebo y yerba.

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