El trabuco naranjero en las guerras de independencia

21/04/25 | Militaria

“Aquel naranjero veterano, con su carraspera de herrumbre en el gañote y una bizma de pita en la culata, escupía á lo demonio cuando llegaba el caso. Poco esbelto era, sin duda; pero ladraba la muerte como un cachorro de cañón. Temblaban entonces los caballos en diez cuadras á la redonda. Tres vidas de hombres cabían en el fulminante abanico de su disparo. Cuando joven, relumbraba en las trifulcas como una alhaja; chasqueaba limpiamente su colmillo de hierro al montarse sobre la cazoleta, y al regar su pólvora sobre el peligro, parecía un florero de metal coronado por un tulipán de fuego.” (Leopoldo Lugones, “La Guerra Gaucha”.)

Lanzas, sables, briquets, facones caroneros, boleadoras y un variado repertorio de armas de fuego de avancarga integraban el armamento de los patriotas orientales en la Cruzada Libertadora contra el Imperio del Brasil.

Mosquetes británicos, franceses o belgas, con sus bayonetas, junto a carabinas, tercerolas y pistolas de caballería para oficiales, todas ellas armas desarrolladas con fines militares, compartían filas con un arma que, salvo excepciones como la del “blunderbuss” británico, no integraba el equipamiento regular de las tropas: se trata del “trabuco naranjero”, arma que gozaba de gran popularidad entre los habitantes de la campaña.

Todas estas armas, que utilizaban la chispa de una piedra de sílex o pedernal para provocar el encendido de la pólvora negra, habían permanecido prácticamente sin cambios desde el siglo XVII y continuaron en uso hasta la segunda mitad del siglo XIX, muchas veces transformadas a sistema de percusión de cápsula fulminante.

Su uso estaba extendido en Europa entre los conductores de carruajes, que lo valoraban como una herramienta útil para repeler a los salteadores de caminos. El término “naranjero” hacía referencia a la gran boca del cañón y provenía del nombre de un arma de artillería del siglo XVII cuyo proyectil era de un diámetro similar al tamaño de una naranja, es decir, entre seis y diez centímetros.

La piedra, contenida en una mordaza de plomo y sujeta por las mandíbulas del martillo o “pie de gato”, golpeaba al rastrillo de acero provocando una lluvia de chispas que encendían la pólvora cebada en la cazoleta y a través de un orificio u “oído”, a la carga principal alojada en el cañón, generando el impulso de la munición que hubiera sido cargada previamente por la boca del arma.

El gaucho, a falta de pedernales fabricados en serie, utilizaba piedras de sílex provenientes de puntas de flecha o de lanzas indígenas, que tanto servían para su arma como para producir fuego con su yesquero, al percutir la piedra contra un trozo de hierro duro o acerado, llamado eslabón, generando chispas que encendían la yesca. De origen belga en su mayoría, la longitud de los trabucos naranjeros no superaba los 60 cm. Si bien no era un arma precisa, su metralla era mortífera en un amplio rango a corta distancia.

Con su cañón corto de acero o bronce, de boca acampanada o abocardada, el trabuco naranjero estaba diseñado para facilitar la operación de carga de un gran número de proyectiles que, a falta de balas, podía incluir un repertorio de clavos o incluso piedras. Se portaba entre la faja y el chiripá, de forma oblicua, con la empuñadura al alcance de la mano hábil o bien entre los cojinillos del apero.

 

Compartir

¿Te interesó este contenido?

Suscribite para recibir novedades de Zorrilla y sus Historias