Plata para la patria: la Defensa de Montevideo y el Peso de Sitio

18/05/20 | Coleccionables, Historias uruguayas, Lecturas

En el otoño de 1833, en el corazón de la campaña, un chasque abandonaba la Villa de Durazno con una carta dirigida al presidente de la República. “Hace tiempo pienso que nuestro país tiene todavía mucho que sufrir”, se lamentaba Bernardina Fragoso ante su marido, Fructuoso Rivera, el legendario caudillo que, con las riendas del poder en la mano, batallaba aún contra las insurrecciones de los mismos hombres que junto a él habían forjado la independencia.

La misiva llegó a destino y probó ser visionaria, pues diez años después, y regado ya con la sangre de Carpintería de 1836, el Uruguay estaba divido en dos mitades y conducido por dos gobiernos enemigos, el Cerrito y la Defensa. Montevideo fue entonces una ciudad sitiada cuyos dirigentes pronto debieron pensar en “los excesivos e indispensables gastos que requiere la continuación de una lucha a cuyo término se encuentra la libertad y la gloria”.

De tal modo lo resumió el ministro Melchor Pacheco y Obes una mañana de 1843 al proclamar abierta “una suscripción de plata en la que ciertamente figurarán todos los que amen la patria y detesten la tiranía”. Con el fin de avivar el patriotismo el gobierno de la Defensa había dispuesto la creación de una Casa de Moneda Nacional, pero faltaba la materia prima.

Y así, desde la morada del legendario Garibaldi hasta la Cofradía del Santísimo, y desde el estribo hasta el azucarero, de cada rincón de la ciudad llegaron —con mayor o menor desprendimiento— los objetos que pudieran servir para la acuñación de monedas, pues “no es un sacrificio desprenderse de joyas inútiles para conservar la más indispensable: la libertad”, como lo explicara también el elocuente Pacheco y Obes. “Y ¡ay! del egoísta que se apegase a algunos pedazos de plata cuando mañana debiesen ponerse los grilletes del esclavo.”

La inauguración de la Casa de la Moneda se celebró en febrero de 1844, y el resultado vio la luz poco después bajo la supervisión de Lenoble, químico francés al que se encomendó la tarea de controlar la cantidad de plata que debía contener cada pieza. Nacía así el “El Peso de Sitio”, la primera moneda de plata acuñada en el Río de la Plata.

“Es la prueba más cabal del desprendimiento de nuestros conciudadanos, pues no procede del metal de la mina ni de las contribuciones sino de las joyas de las familias y los ornamentos de los templos de un pueblo que todo lo ha dado”, sentenció Andrés Lamas, jefe de la Casa de la Moneda, que recibió el primer Peso de Sitio y rápidamente se lo hizo llegar al presidente Joaquín Suárez, quien lo habría de recibir “con una emoción profunda, pues en él veo los sacrificios y las virtudes de mis compatriotas”.

Sin vencedores ni vencidos, la Guerra Grande y el Sitio de Montevideo llegarían a su fin, aunque la paz duradera que ansiaba Bernardina Fragoso sería más ardua de conquistar. “Pasarán años para que se viva con tranquilidad, si es que eso se consigue”, dejó por escrito la gran dama oriental, sintetizando el que por décadas sería el derrotero de nuestro país.

Hoy, en la paz de nuestro presente, nos queda el privilegio de asomarnos al pasado a través de objetos como el Peso de Sitio y el mensaje que aún puede transmitirnos. Ofrecemos en esta subasta, con fecha 11 de junio de 2020, dos ejemplares de entre los cuatrocientos que, según se calcula, han sobrevivido hasta la actualidad. Evocando la sabiduría del notable Joaquín Suárez, el número exacto quizás sea apenas un detalle: después de todo, “a la patria, como a la madre, no se le llevan cuentas”.

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