Por Federico Galcerán Bonasso
La colección de Elina Gallinal Castellanos de Eguiluz, presentada por Zorrilla Subastas este mes de mayo 2021, es una invitación a rememorar el pasado y la contribución, en la historia del Uruguay, de destacados apellidos del nomenclátor nacional como Larrañaga, Jackson y Gallinal.
En 1825, tiempos de independencia, el británico John Jackson compró 120.000 hectáreas en el departamento de Florida a Tomás García de Zúñiga, el hombre que traicionara a Artigas con los portugueses y luego huyera de los Treinta y Tres Orientales. Allí aplicó Jackson su sabiduría comercial, introduciendo ovejas Southdown y marcando al ganado. Junto a Clara Errazquin Larrañaga, su mujer —sobrina de Dámaso A. Larrañaga— criarían a sus hijos en el ferviente catolicismo materno y la exigente educación paterna.

Lote 277. Retrato de Alejandro Gallinal Conlazo.
Tras la muerte de Jackson en 1854 las riendas de los negocios familiares pasarían a manos de su hijo, Juan Dámaso, joven educado en el prestigioso Stonyhurst College inglés y en los Estados Unidos, quien continuaría el importante legado rural mestizando ovinos e impulsando la ley de alambramiento de los campos. Tareas a las que añadiría, como revolucionario empresario, la fundación del Banco Comercial, la introducción de los trenes en el Uruguay y la propiedad del dique Cibils-Jackson, entonces el más grande de Latinoamérica.

Lote 278. Retrato de Elena Heber Jackson de Gallinal.
Sus hermanas, Clara Jackson de Heber, Sofía Jackson de Buxareo y Elena Jackson fueron, según crónicas de la época, “lindas como algunas, buenas como pocas e inteligentes como ellas solas”. Y aunque su correspondencia fuera trilingüe y sentaran en su mesa a generales de Napoleón, fueron sinónimo de caridad y filantropía, financiando la construcción de iglesias, colegios, hospitales y asilos a lo largo y ancho de todo el país.

Palacio Gallinal. Avenida 18 de Julio, Montevideo.
Salvo Clara, los Jackson murieron sin descendencia. Por considerarla “digna”, la herencia recaería en la sobrina menor, Elena Heber de Gallinal, joven de personalidad retraída, austera y piadosa que habría de convertirse, al despuntar el 900, en “la poseedora de la más cuantiosa fortuna en el Uruguay”, la cual pondría al servicio de los necesitados con el apoyo de su marido, el Dr. Alejandro Gallinal. Un hombre multifacético —médico, estadista, ruralista, oportunamente condecorado por gobiernos extranjeros—, sería responsable, a su vez, de la erradicación de la sífilis, la redacción de la Constitución de 1918, la presidencia del Banco República durante la crisis del 29 y de catapultar la producción de las estancias San Pedro de Timote, Santa Clara, El Rincón, Santa Elena y Monzón Heber.

Papa Pablo VI con Alejandro Gallinal Heber. Ciudad del Vaticano, 1963.
En 1929, su primogénito Alejandro Gallinal Heber casó con Elina Castellanos Echebarne y pasaría a habitar la Estancia Santa Clara —cedida por su madre, que la había comprado a su hermano Arturo Heber Jackson, un bon-vivant dirigente del Partido Nacional y financista de Aparicio Saravia y la Revolución de 1904—, con su casco inspirado en los châteaux del Loira, desde dónde Alejandro ejercería la diplomacia al mejor nivel internacional, recibiendo a personalidades de la talla del Duque de Edimburgo.
Fundador de la Orden de Malta en Uruguay y tras una intensa actividad en España al promediar el siglo, Alejandro sería luego designado embajador ante el Vaticano y Portugal, y moriría en 1980 en su icónico apartamento en la esquina de las calles Soriano y Río Negro, dónde cinco años antes había congregado a su gran familia y amigos para conmemorar el 150 aniversario de la historia que John Jackson había iniciado más de un siglo y medio atrás.