“Surgió, señores, como un conjuro milagroso, como si una fuerza ineluctable lo hiciese irrumpir, victorioso, desde la propia entraña de la tierra. Y no hubo en cambio otra cosa que la voluntad de vencer, contra todos los obstáculos, contra el escepticismo y la voluntad de unos, contra el desfallecimiento y la voluntad de otros, hasta contra el error, agazapado siempre al acecho contra toda cosa humana, hoscamente hostil, que parecía empeñada en abatir nuestra esperanza.”
De este modo iniciaba Raúl Jude, presidente de la Asociación Uruguaya de Football, su discurso inaugural acerca del Estadio Centenario de Montevideo durante la celebración del Primer Campeonato Mundial de Football, histórico templo deportivo que nació legendario, y de cuyo origen —siendo protagonista fundamental de un Uruguay que festejaba su primer siglo de vida y era entonces capaz de transformarse a sí mismo de forma intensa y duradera—, presentamos en estas páginas una notable documentación de época, dirigida tanto a coleccionistas como historiadores.
“Cuando se me habla del Estadio Centenario yo creía que sería uno de los tantos que se construyen continuamente. Pero después que lo vi y lo pude apreciar en todas sus partes, he sacado la conclusión de que es el primero del mundo. Yo conozco bastantes, por no decir casi todos, y sin embargo no he visto ninguno tan completo.”
Estas palabras de Jules Rimet, entonces presidente de la FIFA, son la consecuencia de un hecho histórico: que en el Uruguay de 1930 no había tiempo para perder. Ni siquiera en aquel terreno aún agreste y pantanoso donde se levantaría el coloso deportivo, ubicado más allá del final de la Avenida 18 de Julio. La creación de la Comisión Administradora del Field Oficial, la designación de cargos, la confección de los planos, las licitaciones, contrataciones y servicios, la remoción de ciento sesenta mil metros cúbicos de tierra, la instalación de catorce mil metros cúbicos de cemento armado y de doscientos mil panes de gramilla, todo eso fue posible en apenas poco más de un año en aquellos tiempos de crisis económica mundial y fuertes lluvias empeñadas en detener la construcción del que sería el más grande y monumental estadio de toda América.
“El arquitecto Juan A. Scasso, realizador de esta magnífica obra que es el Estadio Centenario, ha demostrado poseer el temple de los jugadores. Puso en la empresa lo mejor de su fe y su entusiasmo. Aunó la ciencia y la voluntad para obtener el fin deseado, y venciendo todos los obstáculos, desafiando las inclemencias y las críticas malévolas de los inevitables pesimistas, convirtió la utopía en realidad y construyó ese grandioso estadio que causa la admiración de nuestro pueblo y será ejemplo para las generaciones venideras. Y sus ojos, que tantas veces contemplaron las graderías vacías, se habrán empañado al verlas llenas por completo por una multitud entusiasta que, al aclamar el triunfo de los players uruguayos, aclamaba también su propio triunfo”, decretó la popular revista “Mundo Uruguayo”.
La Torre de los Homenajes, con la que el Ar. Scasso coronó la Tribuna Olímpica para que luciera en su cúspide la bandera del vencedor —en primer término el pabellón uruguayo, por coherencia del destino— todavía se eleva en su sitio, ascendente y aerodinámica, como un símbolo perdurable de las ansias de triunfo de la nación creadora que lo hiciera realidad.