Petrona Viera: a pleno sol

13/08/21 | Arte uruguayo, Lecturas

Durante abril, mayo y junio de 1931 Petrona pintó intensamente. Es de estos meses toda una serie de paisajes que van pautando sus días de trabajo frente al mar. Meses otoñales, de días cada vez más breves, de luz menos enceguecedora, de cielos de nubes alargadas, casi invernales, que llevan a nuestra pintora a tratar de acercarse a la luz local, a recrear su equivalente.

Tal vez el paisaje costero con su severidad de rectas, con sus orillas rocosas y sus quebraduras abruptas, con la línea del horizonte lejana, la lleve a ver parte de la naturaleza con otros ojos, que aún no han aprendido a deleitarse con esas imágenes y requieren tiempo para dejarse penetrar por el rico cromatismo de cielo, arena y mar. Lo cierto es que las primerísimas marinas de Malvín nos acercan a una realidad diferente a la anterior.

El camino emprendido por Petrona no sólo es auténtico sino que es inédito. Los artistas uruguayos que junto a ella, en esos mismos años, están realizando obra dentro de la temática paisajística se encuentran transitando otras sendas, también de gran interés, también auténticas, pero diversas. Aludo particularmente a Cuneo y a su mundo fabuloso de Ranchos y Lunas, y a Arzadun y su lirismo delicado de paisajes playeros.

 

Lote 69. Petrona Viera. Playa Brava de Punta del Este. 80 x 85 cm.

 

En el verano de 1932 Petrona va por primera vez a las playas de Rocha. Es la primera vez que está frente al Océano Atlántico. La inmensidad, si es que las tiene, ha trasladado sus fronteras a esta playa rochense, distante y desierta, apacible o borrascosa, próxima a los límites de nuestro país. Habituada hasta entonces a los paisajes íntimos, el espectáculo que se extiende ante su mirada carece de la intimidad buscada en los paisajes de El Prado y la obliga a situarse directamente ante la inmensidad de la naturaleza.

En 1943 Petrona alquila en Punta del Este una habitación en una casa de familia. Nuevamente la pintora se acerca a la costa, busca en el acorde de rocas y océano, de arena y mar encrespado, de isla y lejanía, de matorrales y rala vegetación, los motivos para poblar su cartones. El prácticamente imposible acercarnos a estas imágenes sin rememorar las otras de los años treinta, las de Costa  Azul. La diferencia es muy grande. El mar, el cielo, la arena, son muy otros. Por supuesto que no es la misma extensión de costa, que el lugar es distinto, pero lo que realmente es diferente es el modo de ver y de crear de Petrona.

A partir de estos años que ubico en 1943 la pintora no va en pos de esa transfiguración y poetización de la realidad. La relación entre el mundo que la rodea y la pintora ha cambiado. La artista ha dejado de ser intérprete del universo. Ahora prefiere ser fiel ejecutante, aparenta distanciarse lo más posible, no comprometer sentimientos y emociones, y entonces, abandonando el subjetivismo, mostrar la imagen elegida. Va en camino de un crudo realismo.

 

 

A medida que transcurre el tiempo esa tendencia se va incrementando, en estos paisajes vistos con la luz del verano, con el sol que desde temprano en la mañana hace abruptos cortes de luz y cae inclemente sobre la costa y el océano cuyos reflejos transmuta en enormes zonas de luminosidad que no admiten sutilezas.

Lo cierto es que de 1943 en adelante la calma y el misterio, la dilatada poesía, el lirismo de los colores y las formas, el ambiente diáfano y turbador de sus paisajes planistas, se desvanece y aparecen, en su lugar, los paisajes cargados de dramatismo a pleno sol.

 

 

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