En una lejana mañana de verano de 1843 el estruendo de veintiún cañonazos atravesó el cielo montevideano: al frente de un ejército de siete mil de orientales blancos y federalistas argentinos, el Gral. Manuel Oribe había cruzado el Río Uruguay y, ya en las puertas de la capital, anunciaba que a partir de entonces Montevideo era una plaza sitiada.
