Quien observe con detenimiento algunas de las fotografías tomadas en el Salón de los Pasos Perdidos aquel agosto de 1929 reconocerá, entre las presencias venerables de Juan Zorrilla de San Martín y Alfonso Reyes, la figura de una niña de siete años que, con el tiempo, estaría llamada a ser la custodio de una serie de objetos personales de la poetisa que hoy salen a la luz.
